No hay tiempo para las caricias en esa casa.
No hay aliento cálido que camine por el pasillo de la niña de siete años que tiene cientos de muñecas
que se convierten en sus amigas invisibles de ojos fijos y sentimientos de plástico.
Son más reales para ella las muñecas que las personas que la rodean sin verla,
inconscientes de que no sobrevive un niño solo a base de comida,vestidos y cosas.
Las muñecas no abrazan,
la ropa no calienta el corazón,
la comida no alimenta mas que la tristeza de tener que sentirse agradecida por haber nacido
y tener lo necesario: cosas.
Cosas que ella necesitaba tan poco...
Fué asi como aprendió a escuchar lo que nadie decía,
a sentir las enfermedades propias y ajenas,
a interpretar las caídas de ojos.
Buscaba el amor en ese ambiente cerrado al vacío
y lo que encontró fué una especial sensibilidad a lo que no se dice.
Su mente llegó a adelantarse.
Preferíria mil veces despreciar su envoltura,
vivir al límite,
matarse poco a poco
pero ir viviendo intensamente que quedarse con los ojos fijos en la amargura,
aburrirse como los cipreses del cementerio, siempre cumpliendo con su cometido recordatorio
pero infelices por ser alargados y proyectar sus sombras sobre el vacío y la humedad de las tumbas que los alimentan.
Huyo así de sí misma y de ese destino que deparaba la clase media acomodada.
Ella no necesita cosas.
Solo quiere que la quieran de verdad.
E.
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